PORTUGAL, Lisboa, visiones y visitas

Portugal

PORTUGAL, Lisboa, visiones y visitas

LISBOA, visiones y visitas

Visiones de Lisboa

También sobre siete colinas. Lisboa es un sube y baja de emociones, permanentes muchas. En cualquier época del año. Lo que termina por llegarnos es un arrebol, un enamorado ensimismamiento por una ciudad que, de tan compartida, excita y nos encela. Sencillamente, la amamos. Y, si no fuera por lo cerca que la tenemos, tan a mano y dispuesta, envidiaríamos irracionalmente a los portugueses. Echemos, tras las palabras, los zapatos, ya que Lisboa “es un libro que se lee con los pies”. (TurisNorte)

 

Lisboa es una mandolina que han arrojado al mar. Lisboa vive entre arpas como puentes y tiene en el Atlántico su lago, un lago remansado adonde llegan los navíos ingleses, tan azules, y los turbios y duros españoles trabajando por siempre el contrabando… Los fados son murciélagos de música, los del grupo han sacado una revista, dona Amália Rodrigues ya se ha muerto, huele a papel impreso y marineros. Un pobre le ha pedido a don Fernando, como no tiene más le da un monóculo. (Francisco Umbral)

 

Para empezar, ¡cuánta belleza ofrece Lisboa! Su imagen se refleja en ese noble río que no necesita de ningún poeta que le invente un lecho de arena dorada (Lord Byron)

 

En las calles de mi ciudad, cuando la tarde cae, todo es tan taciturno, hay tal melancolía que las sombras, los ruidos, el Tajo, el relente de la marea despiertan en mí un absurdo deseo de sufrir. El cielo se desploma, construído de brumas… (Cesário Verde )

 

En cuanto amanece, te me apareces flotando sobre el Tajo como una ciudad que navega. Es natural: cada vez que me encuentro en alturas desde las que creo abarcar el mundo, en la cima de un mirador o sentado en una nube, te veo como una ciudad-nave, barca con calles y jardines por dentro, y hasta la misma brisa que corre por tí me sabe a sal. Hay olas de mar abierta dibujadas en tus aceras; hay anclas, hay sirenas. La cubierta, en ancha plaza con una rosa de los vientos bordada en el pavimento, está comandada por dos columnas surgidas de las aguas, que montan guardia de honor a la partida hacia los océanos. Flanquean la proa, o al menos parecen flanquearla. Algo más atrás, un niño-rey, montado en su caballo verde, está mirando por entre las columnas hacia el otro lado de la tierra. Y, a sus pies, inscritos en el basalto de la plaza quemada por el sol, se leen nombres de navegantes y fechas de descubrimientos. Enfrente, el río corre hacia los meridianos del paraíso. Es el Tajo, al que cronistas alucinados pueblan de tritones que cabalgan sobre delfines. (José Cardoso Pires)

 

Lisboa vista por Saramago

Citamos a José Saramago, no tanto porque le hayan coronado con el premio Nobel, sino por haberlo leído, con pasión muy pocas veces distante, desde hace algún tiempo. Aun cuando ya nos deja advertido en su libro VIAJE A PORTUGAL que “no hay que recurrir como agencia de viajes o escaparate turístico: el autor no ha venido a dar consejos, aunque sobreabunde en opiniones”, nosotros hemos recogido, ojalá que para regodeo

“Aquí está el collar. El viajero lo prometió y lo cumple: apenas entrara en Lisboa, iría al Museo de Arqueología y Etnología en busca del mentado collar usado por el esclavo de los Lafetás. Se puede leer lo que dice: “Este negro es de Agostinho de Lafetá de Carvalhal de Obidos”. El viajero lo repite una y otra vez para que quede grabado en las memorias olvidadas. Este objeto, si es preciso darle un precio, vale millones y millones de millones, tanto como los Jerónimos, que está aquí al lado, la Torre de Belén, el palacio presidencial, todos los coches juntos y revueltos, y vale probablemente por toda la ciudad de Lisboa. Este collar es exactamente un collar, fíjense bien, y estuvo en el cuello de un hombre, le chupó el sudor, y tal vez algo de sangre también, de algún vergajazo que debía ir a los lomos y erró el camino. Agradece el viajero muy de corazón a quien recogió y no destruyó la prueba de un gran crimen”.

“De camino se asustó con la ciclópea estatua ecuestre de don Joao I que está en la Plaza da Figueira, ejemplo acabado de un equívoco plástico que sólo raramente supimos resolver: casi siempre hay demasiado caballo y poco hombre”

“El viajero lo saborea todo con sus veinte sentidos, y encuentra aún que son pocos, aunque sea capaz, por ejemplo, y por contentarse con los cinco que trajo al nacer, de oir lo que ve, de ver lo que oye, oler lo que siente en las puntas de los dedos y saborear en la lengua la sal que en este momento exacto está oyendo y viendo en la ola que viene del mar abierto. Desde lo alto de la Rocha do Conde de Obidos el viajero aplaude a la vida”.

“El viajero es habitual visitante (del Museo de Arte Antiga), tiene la buena costumbre de ver una sala cada vez, quedarse allí una hora, y salir luego. Recomienda el método. Una comida de treinta platos no alimenta treinta veces más que una comida de un plato solo; mirar cien cuadros puede destruir el provecho y el placer que uno de ellos daría. Excepto en lo que toque a la organización del espacio, las aritméticas tienen poco que ver con el arte”.

“El viajero ha visto mucho mundo y mucha vida, y nunca le ha gustado encontrarse en la piel del turista que va, mira, hace que entiende, saca fotos y vuelve a su tierra diciendo que conoce Alfama, pero no sabe lo que Alfama es”.

 

Visitas de Lisboa

1.- Rutas “casi” a pie

Rossio y Baixa Pombalina

El barrio más comercial y bullicioso. Desde el muelle de las Columnas y la plaza del Comercio casi hasta Pombal, entre las aréolas de Sâo Jorge y del Chiado. En un desplante torero, con el Tajo a la espalda, pasear los cinco sentidos hasta la plaza de Dom Pedro IV, el teatro de Dona María II, la estación del Rossío, la plaza y obelisco de los Restauradores; subir el largo cuello de la avenida de la Libertad hasta la cabeza del Marqués de Pombal y el inmediato parque de Eduardo VII con su invernadero (“Estufa”). De vuelta a Restauradores, tomar el funicular de Lavra o el de Gloria; ya en Rossío, subirse al ascensor de Santa Justa, que nos dejará en las ruinas del Carmen y Museo Arqueológico.

 

Alfama

Aglomerado, laberíntico, empinado. Necesariamente contemplaremos la casa de las puntas de diamantes (“bicos”), la catedral, el castillo de São Jorge, el monasterio-panteón de San Vicente de Fora (dinastía de los Bragança y patriarcas de Lisboa), el Campo de Sta. Clara y su “feira de Ladra” los martes y sábados; la iglesia-panteón de Sta. Engracia (portugueses ilustres) y, más allá, la iglesia Madre de Deus y su museo del Azulejo.

 

Bairro Alto

El de los restaurantes y los “fados”. Pasear, tapear, disfrutar...

 

Barrios occidentales

Aristocráticos y volcados al Tajo: convento de São Bento (hoy Asamblea Nacional), basílica y jardines de Estrela, impresionante Museo Nacional de Arte Antiga, palacio Das Necesidades, palacio de Ajuda; en el barrio de Belém, el museo de Carrozas, monasterio de los Jerónimos, monumento a los Descubridores; Torre y Centro Cultural de Belém...

 

• Otras visitas

Acueducto de las Aguas Libres, decenas de museos (muy notable el de Calouste Gulbenkian); cientos de bellísimos edifi - cios modernistas, a la vuelta de cualquier esquina, al abrigo de las nuevas moles de cristal y cemento. La nueva arquitectura lisboeta también sorprende. Como lo hará, seguro, el Parque de las Naciones, y el casi bicentenario “cementerio de los Placeres”.

 

2.- Lisboa en tranvía

Cuando nos falle casi todo, menos las ganas, sepamos que, sobre el empedrado de muchas callejuelas y el asfalto de algunas avenidas, viene o va, tatuado, un paralelo de hierro: los raíles para sonoro desliz de los 55 tranvías que recorren Lisboa, algunos de ellos ya casi centenarios. Se empinan en las colinas y, cuando toca bajarlas, lo hacen a trompicones, como por escaleras. ¡Dios mío, que nos los conserven!

 

3.- Lisboa desde el agua

Lisboa es impensable sin su río, por lo que proponemos conocer “la ciudad en su espejo”. Junto al “terreiro do Paço” (plaza del Comercio), casi al lado de la “torre de Belém” y en el Parque de las Naciones, están los tres embarcaderos en los que atraca y de donde sale el minicrucero “Lisboa vista desde el río”. Entre abril y septiembre, y a partir de las once de la mañana, podremos disfrutar de un crucero (algo más de dos horas) que nos permite parar en alguno de los otros dos muelles para reembarcar horas más tarde. O simplemente, cruce usted el Tajo y su “mar de la Paja” en alguno de las decenas de ferrys regulares que enlazan con las ciudades de la ribera sureste (Almada, Barreiro, Seixal, Montijo, Alcochete…).

 

4.- De compras por Lisboa

Hubo un tiempo en que muchos españoles sabían de Portugal poco más que el rizo de sus toallas y albornoces. Todo ello fue historia, a veces “novelesca y novelada”. Lisboa siempre tuvo clase, y ello se percibe en esta “ciudad de compras”, sobre todo si las buscamos en la Baixa Pombalina, en el Chiado y en grandes centros comerciales, como Amoreiras o Colombo.

 

5.- Lisboa de noche

En Lisboa y de noche, casi todos los pardos son gatos y maúllan fados melancólicos. La noche de Lisboa comienza al atardecer, tomando unos vinos (Solar do Vinho do Porto) o unas cervezas (Cervejaria da Trindade), antes de cenar como reyes. Hacia las diez de la noche, tomaremos unos sorbetes de “saudade” en alguna “casa do fado” del Bairro Alto. Y, tras la media noche, a vibrar en los bares y discotecas de la avenida “24 de Julio” y su vecina ribera del Tajo, con las “docas” de Sto. Amaro, Alcántara y Rocha Conde d’Óbidos. Aquí y en las zonas de Sta. Apolonia y del Parque de las Naciones, es posible reposar ritmos y decibelios en algunos locales “afro”.

 

6.- Las fiestas de Lisboa

Madre no hay más que una y fi estas, las de San Antonio de Lisboa (que otros llaman de Padua). Si usted desea sentir Lisboa, si lo desea de verdad, pásese por Alfama cualquiera noche de Junio, a partir del día 12. ¡Se va a enterar, por fi n, de lo que signifi ca ver, oir, gustar, oler… y encariñarse!